Tú le pones significado a cada cosa escrita aquí. Por tanto, eres responsable de un título
- Admin
- 29 oct 2017
- 7 Min. de lectura
¿Quién es quién para juzgar a alguien, cuando de amor se trata?
* * *
–¿Será que cuando la miro puedo obtener mi propia ilustración de amor? –me pregunto–. La observo fijamente cuando nos cruzamos todos los días en la estación del tren, mi cuerpo y mi mente se sienten ensombrecidos, podría jurar que solo siento frustración, pero si le doy un par de vueltas sé que experimento algo más que eso. Revuelco mi corazón en busca de esas emociones, ¡y no es tan fácil como parece! Pero me siento obligado a encontrarlas y exponerlas aquí en este relato. Finalmente, las puedo definir naturalmente cómo timidez, alegría, felicidad, algo un poco cursi que quiero profesarle con cartas, poemas y susurros; un odio inevitable, desilusión de esperar algo que nunca ocurrirá –aunque con la misma intensidad tengo una pizca de esperanza– esas ganas de protegerla y saber absolutamente todo de ella hacen que me vuelva loco.
–¿Pero tú no te volverías loco de tanto amor? –. A nuestra gente le hace falta ese ingrediente llamado “locura”. Aunque sé que cada uno tiene su visión propia acerca de este asunto. Cada quien ama y sufre a su manera, pero –¿cuál es tu visión? ¿podrías responder a eso?
–¿Locura? –sonrío mientras la cito. Yo le llamo locura a seguir lo que quieres, literalmente en todo el sentido de la palabra “seguir”, no iba a dejar pasar esa ocasión, de saber un poco más de ella. Evidentemente no le dirigí la palabra en aquella estación, pero… un impulso me decía que debía seguirla, por si algún día tomaba la suficiente valentía, yo sabría dónde ir.
–¡Oh Dios! –¿Qué es el amor? Amor, amor, amor, amor… ¿será ella? –. Algo tan banal puede definirse en palabras, se me dibujan en mi mente esas cuatro letras, intentando reconocer un orden y un concepto. Solamente logro obtener una serie de preguntas sin ningún sentido: –¿son solo hormonas a flor de piel? ¿es mi juventud la que me obliga a tener un romance? –. Seguido de esto con mis diecisiete años me pregunto si hay una edad para enamorarse y si está mal enamorarme a mi edad –. ¡Otra vez estas acomplejando las cosas Raphael!
* * *
Aburrido en un bar al sur de la ciudad, hoy me encuentro, bebiendo una cerveza Leffe Blond y un tabaco en mi mano. Ya han pasado seis años desde que la vi en aquella estación, seis años donde desde lejos la acompaño hasta su casa sin siquiera ella saberlo. Me hundo poco a poco en mis pensamientos –¿pensamientos? –si esos mismos que en algunas circunstancias me han traicionado, pierdo la noción del tiempo e imagino cosas inauditas; a veces se presentan alucinaciones en forma de mujer, a veces me hacen reír, otras veces me hacen llorar y otras con las que me lleno de furia. –¿Y saben algo? –medito. El alcohol no es la mejor solución cuando estas en ese estado de aflicción. Las personas van pasando a mi lado, no los juzgo, ellos se quedan mirándome cuando sin darme cuenta estoy hablando solo. Soy patético.
Ciertamente esto se ha convertido en un capricho –¿un capricho? O será ¿una obsesión? –. Ahí, exactamente ahí, en mi conciencia hay una lucha constante de lo que está bien y lo que es inmoral. Que conciencia tan cruel, hace lo que quiere y se manifiesta como se le da la gana, en el día, en la noche, en el atardecer y hasta en mis más profundos sueños, no tengo poder sobre ella; quiero seguir adelante, pero ella controla cada uno de mis sistemas. –¡No puedo seguir viviendo así!
Borracho soy un blanco perfecto para cualquier carterista o bandido que quiera hacerme daño, decido irme para mi casa, no sin antes, pasar por la de aquella chica. Durante el trayecto presiento que alguien me persigue a una distancia considerada y desde hace un tiempo percibo a alguien fisgoneando en mis quehaceres. Puedo pensar con sencillez que son “cosas” de mi subconsciente, así que no le pongo mayor atención y continuo mi camino algo inquieto.
Me quedo un par de horas en silencio, mirando su habitación y me pregunto si algún día podre decirle lo que por mucho tiempo he callado. No pienso mucho en esa pregunta un tanto irracional de mi parte, pienso más en lo que ella me puede llegar a decir y cómo va a reaccionar a semejantes disparates que yo a escondidas he hecho por seis años. Seguro pensará que soy un psicópata que la tiene acechada.
* * *
Pasados unos días me encuentro otra vez en su casa bajo la luz de la luna. –¡Soy el estúpido, más estúpido que haya existido entre los estúpidos! O ¿me equivoco? –me reclamo.
–Ya deja de mirar por su ventana, deja de preocuparte por si ya comió, si durmió bien, si está enferma en algún lado, si está saliendo con otro chico o el simple hecho de si ya compro un nuevo libro– me repito. Cuando el frio consume mi cuerpo y este se siente adormecido a tal punto que no puedo moverlo.
Me dedico la mayoría de las noches a detallarla. No me puedo imaginar alguien observándome en ese estado de hipnosis cuando la tengo ante mis ojos.
–¿Se puede considerar delito si la detallo? –y si así fuese me declaro culpable.
–¿Evidencia? –me pregunto. Claro que la hay.
–La vigilo desde su jardín, la desnudo con la mirada, le robo sus miradas al infinito, la acaricio con mis pensamientos y la acoso con mis cientos de cartas que nunca me he atrevido a enviar –me golpeó la cabeza fuertemente, cuando se me vienen esos pensamientos “innecesarios”.
–¿Cartas? –reflexiono unos segundos.
–¡Oh sí! Mis cartas, tal vez porque esto no se me da muy bien y no conozco el significado de coherencia, además, nunca sabré expresar lo que siento; estas cartas nunca serán puestas en un buzón. De lo que estoy seguro es que podría quedar en ridículo con esas letras que mi puño, con tanta dedicación, escriben en nombre de ella –¡Eres un ignorante que peca de ignorancia al escribir comparado con ella! –es lo primero que pienso cuando estoy a punto de enviar una de ellas.
–A ella ¡Le fascina leer! –. Me quedo idiotizado al ver lo concentrada que esta cuando lee uno de sus libros favoritos, nada la puede distraer, puede que el mundo este pereciendo ante ella, estoy seguro, que ella no se moverá ni un centímetro, sosteniendo un libro con sus manos delicadas y sus ojos clavados en la lectura.
–¿Se pueden imaginar cómo debe escribir? –podría morir en paz si ella escribiera algo a mi nombre. Ver su letra, sus pensamientos y sus intenciones en una hoja de papel con una dedicatoria que diga… “Raphael, con cariño”. No se compararía ni con la mayor fortuna del mundo.
* * *
–¿Alguna vez te has enamorado? –. Contesta con la mayor sinceridad y no lo pienses demasiado. He leído acerca del tema y por más referencias que mencione, es un caso algo extraño o contradictorio. Llegue a la conclusión de que “si no arriesgo, nunca sabré que hubiera pasado si… hubiera hecho tal cosa”. No pienso morir con ese raciocinio.
* * *
La frivolidad y la inconstancia me ahogan; por ende, hoy decido arriesgarme y escribirle, me levanto de mi cama, voy a mi despacho, me siento en mi escritorio, tomo un vaso de agua, busco una hoja y un lapicero. Y empiezo a escribir las primeras líneas:
Rocio, no sé si me conoces, yo te conozco desde hace mucho y desde hace seis años me he dedicado a conocerte, por favor no te asustes si esto te parece extraño, pero hasta hoy he conseguido el valor para escribirte. No sé por dónde empezar, no sé en qué momento me llegaste a gustar, a tal punto de pensarte las veinticuatro horas del día, es algo impropio que un hombre como yo, este escribiendo esto, ni siquiera me conoces, debo estar un poco loco, para hacer esto. No te puedo dar una razón exacta por la cual me gustas, será por esa forma en que te concentras cuando lees un libro, o cuando sonríes, o cuando miras las estrellas en la vaga noche, por ese cabello tuyo o cuando abres los ojos en frente del sol… Por favor permíteme conocerte al menos una vez, salgamos una vez a tomar un café o si prefieres solamente salgamos a mirar las nubes, en esta época el cielo está muy despejado. Me excuso por mi escritura, esto es algo que generalmente no practico, no tengo cohesión, encontrarás muchos errores ortográficos y no sé si me puedas mal entender. Espero que me respondas, no hay ningún apuro, te puedo esperar. Por cierto, mi nombre es Raphael soy un contador público, que no hace mucho salió de la universidad. Bueno, sin más que decir me despido y espero verte cuando el destino o tú lo deseen.
Raphael
Al finalizar mi carta, no tan satisfecho por el resultado, pero decido dejarlo de una forma natural y sincera, la llevo directamente a su domicilio, con mucha alegría y orgullo la dejo en su buzón. Me quede unos segundos congelado, como si mis piernas temblaran y mi pecho doliera, llegue a concluir que eran los efectos de despojarme de un gran peso. Estaba a punto de dejar el lugar, pero la vi observándome desde su ventana, no puedo describir su expresión, pero cualquiera podría decir que era de curiosidad. Entendí que era el momento justo de irme.
Caminando hacia mi apartamento, me apodero ese maldito presentimiento de que alguien me estaba tocando los talones, miraba hacia atrás, vi una sombra, escuchaba que me llamaba por mi nombre, apuré mi paso, sentí su aura oscura a mi alrededor.
–¡Déjame en paz! –grite con ira. Y todas las personas allí presentes dirigieron su mirada hacia mí, me veía como un completo desquiciado.
Llegue a mi casa, tome una taza de café, me relaje considerablemente después de pasar ese episodio de euforia y aquí estoy resumiendo mi historia, de la que un día leeré con gracia.
* * *
Epilogo
Esa noche la cara sonriente de Raphael se recostó en su cama, cerro sus ojos y durmió tan exquisitamente como jamás en su vida lo había hecho. Estaba dichoso y quizá satisfecho por su propósito cumplido.
Al otro día, el sonido de una ambulancia lo despertó de ese ensueño del que no quería salir. Definitivamente él no se despertó… ¿Quién sabe que estaba soñando? No percibió nada de lo que pasaba a su alrededor. Cuando el despertó y pudo ver con claridad se encontró en un cuarto de un blanco cegador ante los ojos humanos, se intentaba mover, pero todas sus extremidades estaban atadas, trato de pronunciar una palabra, pero su boca estaba encintada. Los psicólogos lo llamaron “esquizofrenia paranoide” yo lo llamo “enloquecer de amor”.
Yo era esa sombra de la que el habla en el relato y tal como el miraba a Rocio yo lo hacía con él. Hoy día obtengo una de sus pertenencias, este relato que quizá el quisiese mostrar al mundo, yo lo comparto, nunca se sabe que hubiera pasado entre estos dos amantes y si tal vez fue muy tarde para que Raphael confesara su amor.
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